uestro extraño trineo, de nueve metros de largo y 3,5 metros de ancho, adornado por las dos tiendas de campaña que van encima, lleva a bordo un equipo internacional que se ha ido cementando con el paso de los días. Hugo Svenson, Karin Moe Bojsen, Manuel Olivera, Eusebio Beamonte y yo mismo navegamos por un impresionante mar de hielo blanco, tan solo surcado por ocasionales olas de nieve que adornan la monotonía del paisaje, dándole un aspecto amenazante cuando las sombras son alargadas a la medianoche. Entonces, esas sombras brillan con un blanco muy diferente del blanco de la superficie polar.
La nieve desértica está llena de matices, jugando con sólo dos colores: el blanco y el azul. Nuestro trineo amarillo progresa como un cuerpo extraño por esa superficie, tirado por dos lejanos puntos queparece imposible que sean capaces de arrastrar los 1.500 kilos que transporta. Allá arriba, en el cielo, la cometa se mueve lejana, a más de 300 metros. Parece una mariposa revoltosa que revolotea caprichosamente, moviéndose de arriba abajo sus alas.
A alguien que no viera los finos hilos que la unen a nosotros, podría parecerle que no hay conexión entre ambos. Como si el trineo se desplazara guiado por un dedo mágico e invisible.
Es indudable que el trineo lo mueve una energía poderosa, una fuerza que le hace posible desplazarse sin motores, sin más ruidos que el ulular del viento, esas corrientes de aire poderosas que le permiten recorrer distancias enormes por terrenos desconocidos.
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